martes, 30 de octubre de 2012

Entre Destinos

Sería una falta de respeto escribir sólo acerca de los viajes que me lleven a otro hemisferio. Por lo tanto, para aquellos que no lo saben, esto es un adelanto de los próximos meses. Por mi trabajo (básicamente civilizar a la barbarie que no sabe hablar en inglés) a fin de año me toca en suerte viajar a diferentes parajes del interior del país. Estos varían desde entornos de ensueño como Puerto Madryn o las Cataratas, o bien lugares olvidables que sólo cuentan con una estación de micros y una heladería para esparcimiento personal como es San Salvador en la calurosa provincia de Entre Ríos. Y siempre está llena de intrigas y ansias esta parte del año gracias a la espera del destino elegido para cada uno. Por ahora, he sido seleccionada para visitar tres destinos de la provincia de Buenos Aires, pero aún no sé qué vibrantes lugares del conurbano bonaerense voy a estar escudriñando con  los ojos de mi buen juzgar.
Mientras tanto, les dejo algunas anécdotas de otras localidades. El año pasado hicimo suna gira vertiginosa, mágica y misteriosa que comprendía las poblaciones de Roque Pérez y 25 de Mayo. De Roque Pérez me fui sin mirar atrás, pero me dí un golpe en la frente en señal de clara frsutración cuando comprobé que no había averiguado algo de vital importancia: Quién era Roque Pérez. 
En 25 de Mayo, mi compañera (cuya identidad quedará al resguardo del anonimato para que no me demande por libel dentro de unos años) y yo nos quedamos en un hotel con una barra increíblemente bien provista. Se me ocurrió pensar que para qué o con qué fin la población de 25 de Mayo necesitaría semejante barra. No importó en ese momento, porque estábamos muy cansadas. Da sueño civilizar a la barbarie. Al llegar a nuestra habitación sonó el teléfono. Mi compañera atendió. La oí decir que sí 5 veces seguidas y después rematar con un elevado y recatado: "No, ya nos fuimos a dormir". Y colgó. 
¿Quién era? Aparentemente, un parroquiano de la barra bien provista nos había visto entrar y le dieron el número de nuestra habitación. Nos estaba invitando a salir. 
Quienes me conocen pueden imaginar la dimensión de mi indignación. Menos mal que atendió ella.