martes, 22 de enero de 2013

Tandil y el Embutamiento





Sí, el embutamiento (con u) de Tandil es contagioso. Aparentemente, uno llega a la ciudad de la legendaria piedra movediza y el cerebro oscila acorde. De un lado al otro, de un pensamiento banal a otro, como un péndulo carente de sentido.
Cuando me informaron que me iban a mandar a Tandil a civilizar y evaluar a la barbarie, lo primero que pensé fue: “¡Embutidos!”. Poco sospechábamos con mi compañera (cuya identidad quedará sellada bajo el más estricto de los silencios para no afectar su integridad profesional) que terminarían nuestros cerebros sometidos al mismo proceso que el de nuestros más entrañables acompañamientos en una picada.
         Ya en el micro, el embutamiento nos atrapó. Pasamos unas horas amenas, comentando los llibros que veníamos leyendo, pareceres sobre otros colegas, etc, cuando llegamos a la alegre población de Tandil, cerca al mediodía y en ese mismo momento nos dimos cuenta de que no teníamos ni la dirección ni el nombre del hotel. O sea, no nos cercioramos de esos datos primordiales antes de salir. No, claro. Al llegar, y con dos horas para cambiarnos y empezar a tomar examen nos dimos cuenta de que no sabíamos para dónde disparar.
         Decidimos llamar a Jefa. Pero preferimos mandarle un mensaje antes, como para que Jefa no se volviera loca y desesperara. Jefa nos llamó, con su calma característica, y nos dio el nombre del hotel. Menos mal. El resto del día pasó soleado y brillante. Lo vimos pasar todo desde la ventana del aula donde empleamos 7 horas en interpelar estudiantes nerviosos, y sacarles fotos usando un sistema que diseñó Lucifer (junto con los teclados franceses).
         Una vez afuera de nuestro encierro, decidimos seguir a nuestros cerebros, que seguían embutados (a pesar de lo cual desempeñamos nuestras tareas de forma intachable) y nos dirigimos a Época de Quesos donde dejamos a nuestros más bajos instintos regodearse con toda clase de embutidos, encurtidos,  quesos especiados y cerveza.
         Sigo lamentando el poco tiempo que pasamos en Tandil. Especialmente para el desayuno del día siguiente. El comedor abría las 7 am, y nuestro micro salía a las 7: 15. Ante la negativa del personal del hotel de inaugurar el autoservicio de desayuno más temprano, nos vimos obligadas a competir por nuestras medialunas y café con leche con un contingente de jubilados que claramente hacía una hora que estaban despiertos y listos para salir de excursión.
         Me enorgullece decir que cumplimos con nuestro cometido de desayunar y abordar el micro todo a horario. Extenuadas de tanto trajín, dormimos todo el viaje de vuelta. Volvería a Tandil, pero beware! El embotamiento es real, así que cerciórese de todo antes de salir, porque una vez en Tandil el embutido es rey.