Sí, el embutamiento
(con u) de Tandil es contagioso. Aparentemente, uno llega a la ciudad de la
legendaria piedra movediza y el cerebro oscila acorde. De un lado al otro, de
un pensamiento banal a otro, como un péndulo carente de sentido.
Cuando me informaron
que me iban a mandar a Tandil a civilizar y evaluar a la barbarie, lo primero
que pensé fue: “¡Embutidos!”. Poco sospechábamos con mi compañera (cuya
identidad quedará sellada bajo el más estricto de los silencios para no afectar
su integridad profesional) que terminarían nuestros cerebros sometidos al mismo
proceso que el de nuestros más entrañables acompañamientos en una picada.
Ya en el micro, el embutamiento nos
atrapó. Pasamos unas horas amenas, comentando los llibros que veníamos leyendo,
pareceres sobre otros colegas, etc, cuando llegamos a la alegre población de
Tandil, cerca al mediodía y en ese mismo momento nos dimos cuenta de que no teníamos
ni la dirección ni el nombre del hotel. O sea, no nos cercioramos de esos datos
primordiales antes de salir. No, claro. Al llegar, y con dos horas para
cambiarnos y empezar a tomar examen nos dimos cuenta de que no sabíamos para dónde
disparar.
Decidimos llamar a Jefa. Pero
preferimos mandarle un mensaje antes, como para que Jefa no se volviera loca y
desesperara. Jefa nos llamó, con su calma característica, y nos dio el nombre
del hotel. Menos mal. El resto del día pasó soleado y brillante. Lo vimos pasar
todo desde la ventana del aula donde empleamos 7 horas en interpelar
estudiantes nerviosos, y sacarles fotos usando un sistema que diseñó Lucifer
(junto con los teclados franceses).
Una vez afuera de nuestro encierro, decidimos
seguir a nuestros cerebros, que seguían embutados (a pesar de lo cual
desempeñamos nuestras tareas de forma intachable) y nos dirigimos a Época de
Quesos donde dejamos a nuestros más bajos instintos regodearse con toda clase
de embutidos, encurtidos, quesos
especiados y cerveza.
Sigo lamentando el poco tiempo que
pasamos en Tandil. Especialmente para el desayuno del día siguiente. El comedor
abría las 7 am, y nuestro micro salía a las 7: 15. Ante la negativa del
personal del hotel de inaugurar el autoservicio de desayuno más temprano, nos
vimos obligadas a competir por nuestras medialunas y café con leche con un
contingente de jubilados que claramente hacía una hora que estaban despiertos y
listos para salir de excursión.
Me enorgullece decir que cumplimos con
nuestro cometido de desayunar y abordar el micro todo a horario. Extenuadas de
tanto trajín, dormimos todo el viaje de vuelta. Volvería a Tandil, pero beware!
El embotamiento es real, así que cerciórese de todo antes de salir, porque una vez
en Tandil el embutido es rey.