sábado, 30 de noviembre de 2013

Donde el Diablo Perdió el Poncho

Decididamente, es Salliqueló el lugar escogido por el mismísimo Satanás para perder su poncho. ¿Por qué? Bueno, ante todo, el nombre Salliqueló es una voz indígena que quiere decir: "colina de los zorrinos". Un panorama, cuando menos, inquietante. 
Esta localidad también está situada imposiblemente lejos; y cuando uno cree que ya está por llegar, queda todavía un trecho larguísimo por recorrer- infinitamente largo y en el medio de la mera nada, con lontananzas extendiéndose en todas direcciones. 
Es un pueblo prolijo y ordenado- salvo por los cascarudos que invaden propiedad privada. Tuve una lucha sin cuartel en la habitación, y la cual terminé coronada de gloria al asestarle un zapatazo a mi contrincante. 
Lo que más me gusta de tomar examen en una escuela del interior es la cantidad de cosas que aprendo mirando las láminas de las aulas. Por lo general, siempre me viene bien recordar dónde quedaba el litoral, o la llanura chaquena, o qué indios eran nómades y por qué provincias deambulaban. Pero en este viaje recibí instrucción sobre la dispersión y alcance de las semillas y el uso de ciertas materias primas. 
Pero una vez que terminaron los exámenes, me tuve que procurar diversión por mis propios medios hasta que saliera el micro, y eso fue el reto más duro. Primeramente, porque no hay un café decente para sentarse y leer; y además las miradas inquietas de los locales no dejan a una en paz. Ahí está la forajida! 
Tomé el café más vil que se le puede servir a uno, y un helado bastante decente. Pero tendría que ir avisándole al amo de las tinieblas que su poncho no aparece. 

Junín Austero

Austero, incómodo y hasta desdeñoso con el pasajero que necesita dormir. Astero- yo usaría ese vocablo, aunque sea erróneo- porque para mí no lo es. La hospitalidad de Junín puede converger en las palabras austero y Astor, y darnos como resultado el neologismo astero. ¿Por qué? Porque el hotel Astor fue el escenario donde la austeridad y la reticencia a hacer mi estadía más placentera fueron evidenciadas. Primero y principal, cómo se atreve una localidad del interior a tener vida social nocturna - e intensa- un viernes a la noche? Griterío, gentío, luces, bicicletas y motos; todos se dieron cita para perturbar el buen dormir del examinador itinerante. Y el hotel Astor, en un gesto magnánimo, abrió sus puertas a varios de los festejantes, que siguieron la juerga dentro de las instalaciones. Sin mencionar el gesto horrendo del machimbre en las paredes de la habitación, o la tele minúscula que requiere de un telescopio para precisar qué canal se está viendo. 
Ya en el viaje, el arrebato de austeridad se hizo evidente. Un singular interrogante me cruzó la mente: ¿Qué les pasó a esas bandejas, endebles, de bajísima calidad e incapaces de sostenerse derechas por sí mismas? ¿qué fue de esos recipientes precarios donde convivían con, tal vez, algo de fricción y consecuente mezcolanza unas galletas húmedas, un alfajor aplastado y reducido a migas, y un sándwich con jamón de un tinte amarronado y ergo dudosísimo? ¿Por qué ya no dan más a los pasajeros esas bandejas en los micros de larga distancia? Lo único que se me ocurre es que sea por preservar y aumentar la próspera comercialización de víveres de dudosa procedencia que se venden al llegar a Liniers.
De todos modos, sobreviví la noche, y sus ruidosos entuertos; creo que la variedad de ruidos superó ampliamente mis expectativas. Por suerte, la profesora de Junín fue una persona amable y servicial en todo momento, y en temas académicos todo fluyó de manera armoniosa. Pero el calor… la mayoría de nosotros estamos familiarizados con la temperatura que puede levantar el patio de un colegio (católico) al rayo del sol. Todo exudaba calor: las baldosas, las sillas, la pared, el retrato gigante del cura fundador del colegio, que nos miraba, empuñando una biblia, intimidante dentro de la rectoría. Hicimos todo muy bien- yo creo- bajo esa mirada y dentro de los límites de horario estipulados.
Junín tiene una laguna, de la oí hablar muy bien, una plaza tímida, algunos negocios de mediana talla y muchas farmacias- que me llamó mucho la atención.

            El micro de vuelta, una vez más, tardó millones de décadas en llegar a Retiro, en un transitar lento y sinuoso, donde dejamos atrás, y cada vez más atrás, una austeridad- astoridad-  impensable.