Sí, esto era Guarulhos, ese aeropuerto. Porque he visitado aeropuertos
en Brasil; miles de ellos. Bueno, tal vez no miles pero 3 ó 4. El de Curitiba
(puaj), el de Florianópolis (que mucho no recuerdo), el de Natal (con su Free
Shop convenientemente cerrado, pero con camas para descansar- bien), el de
Fortaleza (húmedo, pegajoso, siempre interponiéndose entre uno y España) y
claro, ese que me faltaba, que yo recordaba de mi viaje del 2007 (el casi
definitivo); y cuando salí de migraciones, mis más recónditos temores se
confirmaron, sí, estoy en Guarulhos, el aeropuerto que se parece a un baño.
Sala tras sala de aromáticos bares de café, unos tras otro puesto de pao
de queijo, un coqueto y resumido Free Shop, todos ellos rodeados de un sinfín
de azulejos apretujados y verdosos, todo en concierto para regalarnos una
hermosa impresión general de que estamos en un baño. Un inmenso sanitario.
Con desesperación noto que no tengo lápiz ni lapicera en el bolso de
mano. Lo más irónico de todo es que tengo una cartuchera completa, con
lapiceras de colores, lápices, tijeras y abrochadora en la valija; pero
conmigo, ahora, ya, nada. Ni una tiza. Están todos volando a Heathrow, o en una
bodega, esperando, muertos de risa. El coqueto y resumido Free Shop me obliga a
comprar una lapicera de segundísima calidad, sin lugar a dudas, con la leyenda
“Yo amo a Sao Paulo”. Antes muerta.
Por eso estoy marcando hojas importantes del libro que estoy leyendo con
la esperanza de recordar por qué la habré marcado, o cuál de las frases habría
suscitado alguna reflexión que no puedo dejar por escrito, y tengo que recurrir
a mi enroscada memoria. La misma memoria que no podía recordar que éste era el
aeropuerto que se parecía a un baño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario