viernes, 16 de agosto de 2013

Todos los caminos...

Sí, llegué a Roma, por el Fiumicino, que es mucho más desprolijo de lo que esperaba, y carece totalmente del glamour d elos aeropuertos europeos. El treno que me llevó hasta Termini era una heladera con rudas, no sólo por el aire acondicionado, sino por las dimensiones aparatosas y la falta de liviandad al andar. Por la ventanilla comencé a ver retazos de una ciudad con pastos mal crecidos, paredes despintadas, abandono, en fin, desprolijidad, roña, todo lo que no tuve al alcance de la mano en Inglaterra, ahora me rodea en Roma, la cuna de la exageración y el carácter podrido. 
En Termini tuve un poco de miedo, por varias razones. Primero, parece Constitución; segundo, tenía toda mis pertenencias y mucho calor, una pésima combinación; tercero, me habían robado el candado de la valija en el avión; cuarto, necesitaba una ducha con urgencia. 
de un modo u otro, caminé en la dirección correcta y llegué al hostel, bastante malo, pero aguantable, sin aire acondicionado (cómo no me fijé en eso antes!) pero con buen desayuno y wifi, ambos elementos que hacen de un viaje una experiencia pasable. 
Sin dejar de perder el tiempo, aunque el conserje me juró que no iba a encontrar nada abierto porque era feriado, me fui a buscar un helado y a la Fontana de Trevi, que aparentemente, vienen juntos en esta ciudad.
Lo logré, pero en vez de tomar un helado, tomé dos, por la simple razón de que quería probar más de dos gustos. Sobra decir que cada vez que uno dobla una esquina en Roma se encuentra con un siglo diferente o con una fuente, y además, no me resulta muy fácil mantener la boca cerrada - no porque no domine la lengua del Dante, sino por el asombro. 

1 comentario:

  1. Ay,Kari, me hacés reir mucho, que genia!!!

    un besote.
    Dani

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