Aunque nos parezca que estamos acá hace una eternidad, todavía no pasó
un mes. Pero hay tanto comprimido en tan poco tiempo que algunas cosas que se
aceleran. Por ejemplo, las amistades, conocer gente, darse cuenta de que no
queremos volver a cruzarnos en la vida con cierta persona y saber, por otro
lado, que aunque un micro se esté llevando a una compañera de trabajo de vuelta
a su ciudad en un país que poca influencia tuvo en nuestras vidas, la vamos a
volver a ver.
Es hora que les ponga nombre a las personas que saludo todos los días,
me rodean, ayudan o entorpecen la tarea. Los que ya se fueron son Gosia y
Peter. Con ellos fuimos caminando hasta Oxford ese domingo, y los silencios entre
nosotros nunca fueron incómodos. Eso nos hacía saber que estábamos bien juntos.
Ahora ando como bola sin manija un poco, pero quedaron personas amenas. A
saber: Michelle (la irlandesa que habla mal de todos a toda hora y me hacer
morir de risa, especialmente después de sus clases con orientales de nivel
bajísimo, que no le contestan nunca nada- insospechada la velocidad en la que
puede insultar), Lani (inglesa, vive en Lisboa, cínica y llena de sarcasmo),
que siempre tiene ideas espectaculares para empezar las clases, y Wayne, el asistente del director, que puede
ser un poco adolescente a pesar de sus cuarentaytantos, pero da buenos consejos
y sabe resolver problemas.
Ahora, a los que no pienso extrañar es a Ged, por ejemplo, el hombre más
desagradable sobre las faz de la tierra, con su exceso de peso, su gula
descontrolada y su acento escocés con patinada cada vez que pronuncia la “th”.
Es enervante. Y miles de otros egocéntricos profesionales del idioma
extranjero, que, como bien sabemos, están “full of themselves” porque no hay
nada que le guste más a un docente que habar de sí mismo. Y parece que cuanto
más viejos son, peor.
Acá los alumnos se hacen amigos, y en el espacio de dos semanas, que es
el tiempo que se quedan, se vuelven muy cercanos. Hasta que se van. Los
miércoles son los días de partidas, y se los ve el martes a la noche, después
de la disco, llorando abrazados, etc. Los miércoles a la mañana ni vale la pena
dar clases, porque nadie escucha. Ahora que lo pienso, Gosia estaba un poco así
el miércoles cuando se fue, y a mí me va a pasar lo mismo la semana que viene.
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